martes, 8 de febrero de 2011

CAPÍTULO 2. COACHING

Me encantan los fines de semana. Siempre que no tenga que currar. Apagar el despertador el viernes por la noche. Bajar la persiana hasta el piso de abajo. Meterme en la cama lentamente. Estirar las puntas de los pies de pura felicidad. Ocupar justo el centro de los dos metros de colchón. Relajarme lentamente. Dejar que me invada el sueño, sabiendo que nada va a despertarme hasta que mi cuerpo decida que es suficiente... Hoy es sábado. Se me ha despertado el cerebro, pero no puedo ni levantar los párpados. Huele a café recién hecho, pero aquí no es. Yo no tengo café. ¡Qué gusto retozar toda la mañana!... ¡Un momento! ¡Qué coño es esto! ¿Un pie? ¡Ay, Dios! Seguro que estoy soñando. A ver, recapitulemos. Ayer salimos después del programa, nos fuimos a tomar unas copas. ¿Quién hablaba conmigo todo el rato? Era un plasta. ¿Conocido?... ¡No jodas! Enciendo la pequeña lamparita de la mesilla. ¡Ay Dios, que me he traído a Eneko! ¡A mí me va a dar algo! ¡Qué horror! Y no me acuerdo de nada. ¡Por favor, que se haya quedado dormido, que no haya pasado nada!
Me levanto de un salto, me meto en la ducha intentando hacer el menor ruido posible. Cuando salgo sigue  dormido como un leño. ¡Dios, si consiguiera acordarme de algo! Lo peor de todo es que había más gente, alguien me habrá visto salir con él del bar. Mi reputación de tía selectiva al carajo de un golpe.
Levanto la persiana con tanta energía que parece que se va a empotrar en el techo. Hay un sol radiante que inunda la habitación pintada en azulcieloconnubes. Se revuelve en el sitio resistiéndose a despertar, pero no tiene nada que hacer. Pongo la radio a todo gas.
- ¡Coño, Kati! ¿no es pronto para la reunión?
- ¡Que no me llames Kati! -paro en seco-. ¿Qué reunión?
- Alcohólicos Anónimos tía, ¿no te acuerdas?
¡Lo que me faltaba! Por si no nos parece suficientemente ridículo lo que hacemos a diario, nos organizan sesiones de subida de moral y cohesión de grupo. Nos vamos de finde todos juntitos a algún sitio aislado y gritamos lo cojonudos que somos y lo de puta madre que nos llevamos. ¡A mí me da algo!
- Podemos ir juntos, ¿no Kati?
- No te vuelvo a avisar, la próxima vez que me llames Kati te doy una patada en los huevos sin mediar palabra. Y, no, no vamos a ir juntos. Con un poco de suerte, no nos han visto salir juntos y esto no habrá pasado nunca. ¿Está claro?
- Joder, pues anoche bien contenta que...
- Anoche no ha existido, y como vuelvas a mencionarlo alguna vez en tu vida te doy otra patada en los huevos. Lárgate que tengo que hacer el equipaje.
- ¡Déjame por lo menos que me duche!
- Ni de coña. ¡Toma, tu ropa! Hala, tira, que tengo mucho que hacer.
Si no fuera tan pesado, incluso me habría dado pena, pero cada vez que me acuerdo de su teoría de ir echando alpiste a las periquitas para no cerrar puertas, se me revuelve el estómago.
¡Joder! ¿Cómo he podido olvidarme del coñazo de jornadas? Voy a preparar algo rápido, total es una noche. Por lo menos es en un Spa. Esta vez se han estirado. Escucharemos las mismas chorradas, pero con masajes y duchas. Claro que tendré que ver a todo el mundo en bañador. ¡Dios! ¡Este trabajo no estaría bien pagado aunque me pagaran el doble!
El Spa está cerca de Madrid, en medio de un bonito bosque. Es una pequeña urbanización de bungalows con un edificio más grande. Supongo que será el edificio de tortura, además de la recepción. Paso a inscribirme.
- ¿Soy la última?
- No, qué va. Todavía no ha llegado mucha gente -la recepcionista parece recién salida de un trance. No sé por qué, pero la gente que trabaja en estos sitios místicos tiene pinta de vivir en un cuelgue permanente.
- Entonces, ¿puedo elegir? Te agradecería que me dieras una habitación cerca de la zona de baños. Me encantan estos tratamientos, y como seguro que nos van a dar unas charlas insoportables, así llegaré la primera a la sauna -despliego todo mi encanto, para ver si se da cuenta de que me gustaría estar un poco apartada del grupo. Ella no varía un ápice la expresión de inmensa paz.
- Me encantaría ayudarle, pero han reservado las habitaciones sobre plano, con nombre y apellidos. Me temo que el programa está más que cerrado.
Yo también me lo temo.
- Supongo que sí, suelen ser muy minuciosos con los planes. Bien, dígame dónde me ha tocado y así me doy una vuelta mientras llegan los demás.
- Su bungalow es el 15. Saliendo a la derecha. En el escritorio de su habitación encontrará el plan del fin de semana con los horarios de las actividades y un plano de las instalaciones. En 15 minutos empiezan en el Auditorio. Bienvenida. Si necesita cualquier cosa no dude en llamar.
- Gracias, muy amable. Me gustaría gritar, correr sin parar hasta llegar a la luna, pero iré a mi habitación, a las putas reuniones y a ver a todo el mundo en bañador. ¡Qué horror! ¡Con los cuerpos que tienen! Y me queda ver al imbécil de Eneko. Pero, ¿en qué estaría pensando? ¿Quién me dejó tomar el último mojito? El último mojito es el que lo estropea todo.
Llego a la habitación. Dejo la pequeña bolsa de fin de semana sobre la cama, sin deshacer. Cojo los papeles. Busco el Auditorio, está cerca de mi bungalow, menos mal. Me dirijo allí con la esperanza de encontrar a alguno de los míos. ¡Gracias a Dios! Julia.
- ¡Julia!, hola. ¿Te puedes creer que me había olvidado de que era este fin de semana?
- Claro que me lo creo, cari, cada día estás más loca.
Julia es de esas personas que te apetece abrazar todo el tiempo. Es con la única persona con la que me gustaría estar en este sitio este fin de semana. Ella y Ashton Kutcher, pero me temo que Julia es más factible.
- ¡Ay, Julita! ¿Cómo vamos a sobrevivir a esto? Te juro que es la última a la que vengo.
- Nena, llevas diciendo lo mismo los últimos dos años. Anda, relájate, que esta vez por lo menos tenemos sauna y jacuzzi.
Acaban de hacer su entrada los súper-reporteros. ¡Madre mía! ¡Si vienen todos disfrazados de portada del Cosmopolitan!
- Julia, por Dios te lo pido, ¡dime que aquí se puede beber alcohol!
- Cariño, no te pongas tensa, pero me parece que han pedido un fin de semana ayur-algo, para que nos depuremos todos en grupo.
¡Lo que me faltaba! ¡Encerrada con estos sin poder beber ni comer guarradas! Ya estamos todos. Doy una rápida pasada para localizar a Eneko y evitar cruzar mirada alguna con él. Perfecto. Justo en la otra punta. El productor ejecutivo empieza la charla hablando de lo importante que es tener lazos fuera del trabajo. Y yo me pregunto, ¿qué falta nos hacen a los españoles hacer estas chorradas yankis? ¿qué son nuestras cañas, sino pura cohesión? Después de hora y media larga de variaciones sobre el mismo tema, se disuelve la reunión para tener el primer tratamiento: circuito termal. Se forman pequeños grupos y yo intento escabullirme, pero mis compañeras las feas vienen a saludarme. Me consta que me odian, pero aun así, se hacen las simpáticas.
- Hola Katia, ¿qué pronto has llegado? -Raquel es un callo malayo, pero con una voz maravillosa. Debería ser teleoperadora erótica, se forraría. Me parece leer entre líneas en su pregunta. ¡Lo sabe! Tengo que hablar con mi oráculo, necesito hacer el recuento de daños antes de que sea demasiado tarde.
- No creas... Disculpa Raquel, tengo que hablar con Julia.
Busco a Julia por la sala y veo que está a punto de salir en dirección a los bungalows. ¡Bendita seas, Julia!
- ¡Julia! -se vuelve-. ¡Espera! Te acompaño.
- Nena, ¿se puede saber qué bicho te ha picado, que no me dejas ni a sol ni a sombra?
- Julia, ¿estuviste ayer con nosotros en el bar?
- ¿Tú estás tonta? Pero si te llevé a casa. No ves que no puedo beber con las pastillas de la alergia. Te dije que te llevaba. ¿De verdad no te acuerdas?
- Nada hija, me he despertado esta mañana y no me acordaba de cómo había llegado. Menos mal, menudo peso me has quitado de encima. Por un momento me asusté pensando que quizá me habría llevado algún desconocido.
- Si es que cuando se te calienta el morro no hay quien te pare. Empezaste con la tontería de los mojitos y el último se lo dí al cámara pesado ése que siempre está tirándole los tejos a todo el mundo.
- ¿Eneko? ¿El brasas?
- Sí, se puso más contento que unas castañuelas y yo te metí a la fuerza en mi coche.
- ¡No sé qué haría sin tí, Julita!
- Desde luego. Anda, ponte el bañador. Quedamos aquí en cinco minutos, ¡y no te maquilles que nos vamos a bañar!
- En cinco minutos. Vuelvo volando.
Por fin, algo positivo en el fin de semana. Nadie sabe que el plasta éste ha acabado en mi casa. Sólo tengo que conseguir mantenerme alejada de él día y medio. Me voy a concentrar en las aguas, los masajes, y en no asesinar a los reporteros de diseño.

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